Batalla de Ifran

Fracasado el “fusionismo”, fallida mésalliance entre federales y liberales, las turbulencias desatadas detonan una intervención federal, la del coronel José Inocencio Arias, que hace alianza con los liberales a cambio de su promesa de apoyo en futuros colegios electorales, y, desarma a los federales dejando poco menos que intocado el arsenal celeste.


Luego, el proceso electoral en paralelo pergeñado por Mantilla da pie a una crisis donde Derqui por los federales y Cabral por los liberales se dicen gobernadores al mismo tiempo. Avellaneda, desde la presidencia, intenta mediar pero, ante la intransigencia del partido liberal, el fracaso de sus enviados deja el campo libre al estallido de un movimiento armado liberal.
Plácido Martínez sale de los montes de Concepción con 500 hombres armados y se apodera de las guardias que Derqui mantiene sobre el arroyo Batel y el río Corriente, incorpora a sus fuerzas los efectivos que ha sublevado el coronel Reguera y ambos derrotan en Cañada Mala, cerca de San Roque, al coronel Soto.
Por su parte, el coronel Azcona, respaldado por otros jefes conocidos recluta en Mercedes una división que enfrenta al oficialista coronel Cáceres, acantonado en Curuzú.

Otro oficialista, el coronel Aguirre, abandona Esquina, suma milicias goyanas y bellavistenses y busca unirse con Cáceres.
Al mismo tiempo, a comienzos de febrero, los liberales correntinos acaudillados por el coronel Calvo y el mayor Azula, reclutan en Empedrado y luego de escaramucear con efectivos enviados por Derqui, marchan a reunirse con Reguera, Martínez y Artaza en San Roque, incorporando primero las milicias de Saladas.
En el Batel se reúnen luego con las milicias de Azcona, lo que remonta sus efectivos a unas 5.800 plazas.
Cáceres y Aguirre sólo cuentan unos 2.500 hombres, si bien su infantería está bajo las órdenes del célebre mayor José Toledo.
El 17 de febrero, en el Batel, maniobrando desde el Sur las fuerzas legales de Valerio Insaurralde chocan contra Acuña, Llopart y Ávalos. Derrotado, Insaurralde se repliega pero en la refriega, la leyenda data un acontecimiento trágico: boleado su caballo, el mayor Giménez se defiende a lanza hasta que un joven revolucionario lo mata, descubriendo con horror a su padre en el cadáver del enemigo.
El 19 de febrero, los 2.500 hombres del ejército federal cubren los pasos sobre el Cafarreño, pero no los defienden y se repliegan hacia las puntas del Ifrán, formando con la infantería al centro, la caballería en los flancos y un monte cerrado de palmeras a retaguardia.

Los 5.800 sublevados, dice Mantilla, que marchan “…en busca del enemigo, con ese entusiasmo febril de quien se considera invencible. El alba anunciaba un espléndido día, augurio celeste de la próxima victoria… A dos leguas del Cerrito obstruían el camino los esteros del Cafarreño, anchos y cubiertos de agua, cuyo vadeo no podía hacerse más que por sendas estrechas o pasos casi a nado. Llegado allí el ejército… Dividiéronse… las fuerzas en cinco divisiones, al respectivo mando de los coroneles…”. Raimundo Reguera como vanguardia, coronel Marcos Azcona a la derecha, el coronel Manuel de Jesús Calvo a la izquierda, Romero y Plácido Martínez por el centro. Calvo sin embargo debe retroceder y retomar el rumbo sobre los pasos de Martínez por lo intransitable de los vados.
Durante la media hora siguiente, Reguera entra en posición en soledad frente al ejército federal, sin que éste aproveche la circunstancia para desbaratarlo. La línea revolucionaria logra así formarse, en semicírculo, por las características del terreno y la posición del enemigo. Con Azcona a la Derecha, Calvo a la izquierda y Martínez en el centro, dando frente al SE y bajo el mando de Reguera. En el extremo izquierdo forman la Legión Empedrado del Comandante Azula, y los Lomeros de Floro Zamudio.
Transcurrida una hora, Azcona se interna en el bosque de palmeras buscando espacio para cargar. A las 12:10, según Mantilla, los revolucionarios abren el fuego de guerrillas adelantando las infanterías de Mercedes (a la derecha), Goya (al centro), escolta y Batallón 3 de febrero (hombres de la capital y empedradeños, a la izquierda).
19:02. Azcona, Reguera, Romero y Artaza cargan con 5.000 hombres que vivan al partido liberal. La infantería revolucionaria cesa el fuego. Se combate al arma blanca.
Es una instancia quizá única en la historia militar de Corrientes, Mantilla, cargando la responsabilidad de la tragedia en Derqui y Avellaneda dice: ¡Aquél fue el instante más horrible de esa lucha de hermanos provocada por la ambición de un hombre y la complicidad de un presidente indigno!”.
Describe luego aquel cuadro imborrable, donde “…La tierra temblaba bajo el peso de siete mil hombres en movimiento veloz; caballos y hombres caían y se levantaban; miles de brazos, manejando lanzas y sables, descargaban golpes de muerte, derribando jinetes y caballos; las detonaciones de las armas de fuego, mezcladas con el quejido lastimero de las víctimas y el vocerío hiriente de la multitud, producían un concierto de espanto”.

El resultado nunca fue de dudar. Con una superioridad de dos a uno triunfan los liberales. Sólo Toledo resiste en el centro y el escuadrón de 400 hombres de Juan Colorado sobre la izquierda, que carga con Cáceres al frente, contra la división Azula. Contraatacan los empedradeños. Los colorados retroceden y Cáceres es muerto por un soldado de Reguera. Su lanza rota en varios pedazos es reconocida luego por una dedicatoria. Aguirre, que no se rinde, también muere.
Dice Mantilla que Cáceres “…fue lanceado por un oficial que lo conoció y que había sido muy perseguido por él… dióle sepultura el coronel Reyna en persona, en generoso pago de los sufrimientos que le debía”. En Mantilla, los enemigos siempre son “malos” cuyas siniestras conductas, de modo invariable son correspondidas hidalgamente.
Mientras, Toledo sigue en cuadro. Según Gómez, puso en primera fila a reclutas forzosos de las primeras familias de Goya, con las armas vacías, advirtiendo al enemigo que caerán los primeros si lo atacan. Mantilla, por el contrario, afirma que se buscó evitar un choque y rendirlo sin sangre, y que la mayor parte de los tiros de esos forzados fueron al aire.
Como sea, al final Toledo se retira al estero, se hace fuerte, alza bandera de parlamento y envía uno de esos liberales, Desiderio Dante, que acuerda una capitulación sobre la promesa de no tomar más las armas abiertamente. Mantilla, que nunca dice nada bueno de sus enemigos, sostiene que “…Media hora después, se alejaba Toledo con veinte oficiales, escoltado por un escuadrón del regimiento Curuzú Cuatiá, pedido por él, porque temía ser muerto en el trayecto, yendo solo”.
Mantilla reflexiona finalmente que “si el título de batalla es propio a toda acción de guerra en que toma parte un número crecido de combatientes, con prescindencia de la rudeza y duración de la pelea, sin duda, lo fue la trabada el 19 de febrero; lo sería, igualmente, si para clasificarla se toma en cuenta el número de cadáveres y sus resultados, porque fueron muchos aquéllos, y el enemigo quedó destruido; pero, si debe llamarse batalla a la lucha enérgica y reñida de dos grandes masas de combatientes, no merece dicho nombre… el fuego duró apenas minutos…”.
Pie de las imágenes:
  1. 1.            Ángel Fernández Blanco.
  2. 2.            Nicolás Avellaneda
  3. 3.            Hernán F. Gómez
  4. 4.            Manuel Derqui
  5. 5.            Manuel F. Mantilla
  6. 6.            Marcos Azcona
  7. 7.            Plácido Martínez
  8. 8.            Raimundo Reguera
  9.  
  10.  Textos de 
    Dr. Carlos María Vargas Gómez
    Presidente Junta de Historia de la Provincia de Corrientes
    Dr. Jorge Enrique Deniri
    Secretario Junta de Historia de la Provincia de Corrientes ( Diario Epoca)

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